NUESTRA GENTE

Empanadas en el techo

El 15 de mayo se cumplieron 5 años del fallecimiento del vecino Jorge Hidalgo, nacido en Esquel. Su hija Claudia, reconocida enfermera que se ha desempeñado en nosocomios de la Meseta, escribió un cuento basado en un episodio narrado por su padre. Y rinde homenaje al amigo de Jorge, Guillermo Ríos (el Gato) también fallecido hace 5 años.

por REDACCIÓN CHUBUT 23/05/2025 - 07.49.hs

(A la memoria de Jorge Hidalgo y Guillermo Ríos, el Gato. Jorge falleció el 15 de mayo del 2020 y Guillermo falleció el 30 de noviembre de ese mismo año. Fueron amigos en la infancia y a lo largo de su vida. Claudia Hidalgo, la autora, comparte su cuento en exclusiva con diario EL CHUBUT).

 

 

"Corrían los años ’50 en la bella ciudad de Esquel. Las casas eran de madera crujiente, las veredas de tierra y el viento tenía nombre propio. Jorge, un niño de apenas nueve años, vivía junto a su madre en una casita humilde, sin escuela, pero con los ojos celestes llenos de mundo. Su mejor amigo era “el Gato”, un muchacho vivaracho, algo más flaco que Jorge, con mirada parda y ágil como su apodo.

 

Eran tiempos rudos, de pan duro y días largos, pero los chicos sabían encontrar aventuras en cualquier rincón. Una tarde, como tantas, andaban por el pueblo cuando se acercaron a una pulpería donde los adultos se reunían a tomar caña, bailar rancheritas, y reírse fuerte. La dueña, una mujer de voz ronca y manos de harina, los dejaba ayudar a cambio de una empanada caliente.

 

Jorge y el Gato andaban entre mesas, acomodando sillas, cebando mate, cuando algo rompió la armonía del lugar: un gaucho, medio entonado, se plantó delante de una linda moza y le exigió bailar. La muchacha, con ojos bajos, no tuvo tiempo de decir nada. Pero el destino tenía otros planes, porque justo entró su pretendiente, un hombre con bombacha de campo, sombrero y facón en su cintura.

 

Y entonces estalló el caos.

 

Volaban platos, sillas, gritos y hasta alguna guitarra. En medio del escándalo, Jorge tironeó del brazo del Gato:

 

—¡Arriba, al techo, antes que nos rompan los dientes!

 

Subieron por una canaleta como dos gatos callejeros y se tiraron de panza, entre las pajas sueltas. Desde ahí, el espectáculo era mejor que cualquier cine. Y lo mejor: una fuente entera de empanadas, rescatada en el tumulto, reposaba entre ellos.

 

Mientras el bar debajo ardía en insultos y platos rotos, ellos comían en silencio, masticando con los ojos brillosos y el corazón latiendo fuerte.

 

—Estas son las mejores empanadas del mundo —dijo Jorge con la boca llena.

 

Y el Gato, sonriendo con picardía, respondió:

 

—Y el mejor palco también.

 

No hubo escuela ese día, ni hacía falta. Porque aprendieron algo más valioso: a sobrevivir, a reírse del peligro, y a hacer de la pobreza una gran aventura".

 

 

 

 

 

 

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